Y gritaremos: ¡Eso no es así! cuando Marcel, tan guapo él, diga algo.
–Don Marcel, somos de literatura, de San Marcos.
–Menos él -dijo Warton mientras su dedo se extiende hacia la negra figura de Mr. V.
–Es verdá. –dijo Mr. V mientras le mordía el dedo a Warton. Y un dedito cayó al piso.
Marcel, horrorizado, pensaba qué hizo mal mientras contempla la fina figura de María Emilia.
–Ay, ay, ay –gritaba doble V, El tirador–. ¡Me ha matado! ¡me ha matado hamletianamente! Dios, Señor, Cristo, madre, ¡padre!
Mr. V, mientras se limpiaba la boca con su magra manga y pasaba un pedazo de carne, le dice a Marcel:
–¡Óigame, señor mío…!
–Suyo no, de ella –y otra vez mira a María Emilia.
En eso hace su entrada triunfal Arturo vestido de supermán de cabina pública.
–Señor Pablo Verástegui –dice– vengo a cobrar venganza por todas las ofensas recibidas. ¡Póngase en guardia!
–Chicos, chicos, miren, tenemos que cerrar la sala. Si quieren jugar, pueden hacerlo en el parque –dice una joven con cara de malos amigos que procura fingir amabilidad.
–¡Warton, haz algo! –Grita María Emilia–.
–Yo puedo hacer mucho –le dice Marcelino con una sonrisa como de chico de animé–.
–Mire, don, creo que eso de meterme con su amante ya está saldado, oiga. Estoy eufórico, acabo de asesinar a un dedo de El Tirador, ¿quiere quedarse mocho también, ah, don?
Arturo miró a doble V, El Tirador, que estaba tirado en el suelo, lamentando tener 22 años, ser virgen y ahora, gracias a su amigo el lingüista: mocho.
–Magister Marcel…
–Doctor, mi señora.
–Magister Marcel, vea, ¿puede sacar a su amiguitos? Tenemos que cerrar el auditorio –dijo una señora con una solemnidad que parecía de jefa de circo.
–Niños, hora de despedirse –dijo Marcel–. Por cierto, no me dicho su nombre señorita –inquirió a María Emilia.
–Me llamo Pablo Verástegui, encantado de conocerlo, señor.
–Vamos a fuera, mi buen gentilhombre –bramó Arturo.
Con ese disfraz, este debe ser homosexual, pensó Marcel.
Una vez afuera, Marcelino hacía ademanes con la llave de su bolocho. María Emilia miraba con mucha fruición a Arturo. Marcelino aún creía que con un carro, las mujeres le lloverían.