martes, 1 de febrero de 2011

La muralla de Lima

Había comenzado una nueva década para las indias occidentales. Particularmente, para el Perú: ese gran país donde venían, en manada, los españoles a hacerse ricos, engendrar hijos naturales y regresar a España como hidalgos o, si se puede, con un título nobiliario a cuestas.
Es, pues, en esos años, los de la década del 80 del 1600, que el doctor en teología por la Universidad de Alcalá de Henares, don Melchor de Liñán y Cisneros, Arzobispo de Lima desde 1676 –dos años antes de que fuera Virrey del Perú–; enfrentaba una grave crisis. A lo largo de casi todo el litoral, habían, en demasía, corsarios, piratas y malandrines, amén de rufianes y forajidos pregonando lisura y terror. Don Melchor, como virrey del Perú, se veía perdido, sin salida, salvo el teatro, claro. Que, por esos años, era un sano y santo entretenimiento: con representaciones, en el atrio de La Catedral de Lima, de La vida es sueño de Calderón de la Barca, verbigracia.

A fines del año siguiente, la crisis comenzó a extenderse por todas las calles limeñas y, naturalmente, su puesto de virrey-arzobispo se veía amenazado. No era, pues, un estadista para darle coto a esto... ¡Eso! ¡Un estadista era lo que necesitaba!

–No sé qué hacer con este calvario que aflige mi alma día y noche, los mequetrefes se adueñan de esta magnífica cuidad que Su Majestad me honró en cuidar… ¡oh, Señora Santa…! –le decía el virrey a Marcos Echeandia, su mejor escribano.

–No os aflijáis, ¡oh, Su Excelencia!, lo que necesita esta ciudad es un estadista, alguien que lidie con esa gente de mal vivir…

–¿Tenéis alguien en mente?

Y claro que Marquitos Echeandia, un oportunista natural de Torrelacárcel, pueblo de la provincia de Teruel en la comunidad autónoma de Aragón; que, como ya dijimos, sólo vino al Perú a hacerse de fortuna malhadada; tenía a alguien en mente.

–Tengo un amigo, don Melchor de Navarra y Rocafull, que es ahora consejero de guerra en Nápoles, mi señor. –don Melchor era la pieza que necesitaba Marquitos Echeandia para llegar a ser virrey. Él pensaba que su paisano, don Melchor, cuando muriese, le concedería su anhelo megalómano por antonomasia: el virreinato del novísimo Perú.

Es así que a las dos y cincuenta de la tarde, con dos horas y diez de retraso, el 20 de noviembre de 1681, arriba al Perú don Melchor de Navarra y Rocafull, tocallo del virrey. Hombre hecho y de derecho que fortificaría Lima y Trujillo, daría un nuevo impulso a la minería con la extensión de la mita y se esforzaría por reducir ciertos privilegios eclesiásticos (inmunidad, protocolo, provisión de curatos, etc.), gracias, esto último, a la asesoría de su amigo de toda la vida, y pronto consejero: Marcos Echeandia. Que es, con la reducción de privilegios eclesiásticos, así se lo diría a Tomasa, su mujer, cómo le pagaría al arzobispo de Lima, don Melchor de Liñán y Cisneros, por todos los años de estupros y maltratos.

–Una muralla es lo que necesita Lima, Excelencia. Esos corsarios y rufianes se mantendrán, ad lítteram, fuera de la cuidad. –Fue lo primero que le dijo Navarra y Rocafull al virrey peruano, dos días después de instalado en una estancia cercana a la casa de Marcos Echeandia.

Las obras del amurallamiento de Lima primero; de Trujillo, posteriormente, se iniciaron bajo la administración de don Melchor. Ciudades, aquellas, capitales para el virreinato del Perú. Puntos, por lo demás,  de acopio de todo el oro que saqueaban los invasores del país y que, diligentemente, exportaban ex profeso a la corona española.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Del rictus poético

Decir que los poetas son esnobs no es desmerecer su poesía,
es reafirmarla con el rictus que nos confiere la vanidad y que algunos, los del Palais Concert, desentienden.

Decir que todo se sexualiza por los designios del judío de los divanes maravillosos, cómodos,
es ningunear el placer desde su concepción misma: la pequeña.

Decir que Abraham, ¿en un rictus poético?, designó a Patricia, que es el Perú, la suma de Eldorado podría causar consternación,
que es como se le conoce a la acción endeble de arsirse de la poesía.

Decir que nuestras crónicas, efímeras y tendenciosas, son tan innobles o afrentosas,
es malquerer nuestras dulces pretensiones inmortales y aguarrientosas.

Decir que sabemos que, inevitablemente, los poetas siempre hablarán de su poesía, la elogiarán y se endilgarán epítetos harto amables,
es caer en cuenta de la inutilidad de todo aquello que tratamos, poéticamente, de transcribir desde un sino indesligable.

martes, 7 de diciembre de 2010

A propósito del chico bombón o de Pierrot, el ausente (Segunda parte)

V

- Aló, Jesús.

Putamadre, rezongó Verástegui. Mamma Gonzales había empezado su exposición y toditos la seguían con los ojos y los dientes. Tenía bien disimulados sus cuarenta otoños (¿no eran cincuenta, Jesús?). Y el examen que se aproximaba reptando, y la prosa alicaída de la pruebita sobre el príncipe danés (pero tú nos demostraste que Hamlet era el bardo, Jesús, no te preocupes), aunque, claro está, Rivasplata está en otra.

- Sí, sí, dime... Uhm... Mejor llámame después porque Gonzales está hablando sobre Trilce. Cuídate.

Y cuelga. Fue algo desesperado, lo reconoce. En especial el último "Cuídate". No sonó muy bien. Faltó acentuar su innata empatía. Ahora se da cuenta de que El pelucas y Rivasplata han seguido sus últimas palabras. "He aquí la diferencia entre un sátiro esmirriado y uno antropófago", piensa súbitamente Verástegui. De pronto, Rivasplata le arrebata el celular.

- Bobadilla, Bobadilla, ¿dónde está mi merendilla?

El pelucas ríe espasmódicamente. Gonzales está furibunda. No duerme muy bien, ha vuelto a sus místicos españoles. El dictamen de Rivasplata es certero: "Para ser mujer y entrar en éxtasis, nada como una buena tripita". Aún sostiene el celular. Juega con él. Se le caerá, nosotros esperamos. El pelucas da cuenta del peligro que corren. "¿Qué peligro", se dice Verástegui, en afán solipsista, y se oye el murmullo de una lejana acusación.

- Señor Rivasplata, por favor, alcánceme ese celular. ¿Es que no logran imaginarse el esfuerzo que me supone articular la clase?

Rivasplata, compungido y envalentonado a un tiempo, se levanta, y el salón prorrumpe en sollozos y burlas. "¡La horca! ¡La horca!", grita Gabriel Vizcaíno. Alguien lo calla, felizmente. Las sabrosas (Jesús dixit) de Lingüística son quienes lloran. "Allá va el último hombre", se dice Silvana Ocampo.
- Señor Rivasplata, hable sobre la asunción de la muerte en Hamlet. Silencio, nimio y espectral. Bobadilla aún no aparece.

(Versión de la profana de La chica bombón, originalmente publicado en: http://monstruorumartifex.blogspot.com/2010/12/proposito-del-chico-bombon-o-de-pierrot.html)

A propósito del chico bombón o del guiño sonámbulo (Primera parte)

II

Iván Yapatera nos mira de lado y sonríe, pero solo por unos segundos. Finalmente pasa de largo, piensa en alguna contradicción in adjecto, entra al salón y se sienta en una de las últimas carpetas. Suponemos que la proclama anarquista que un estudiante de Lingüística dejó grabada sobre el tablero de aquella es la responsable de que Yapatera ría estrepitosamente. No hay nadie más en el salón. Observamos que ha aprendido a reír y lo felicitamos mentalmente puesto que el aprendizaje ha sido lento y pesaroso (ocho o nueve semanas de abstinencia sexual como mínimo).

Los ojos de Iván Yapatera, adormilados, nos sirven: el salón se llena lentamente, la luz que ingresa por los ventanales ilumina los rostros de los estudiantes, y tienta a Yapatera la idea de que el salón es un gran pulpo que traga inmisericordemente a sus víctimas. "No obstante, estoy salvado", piensa Yapatera, y ríe nuevamente, aunque con algo más de recato. Observa al bueno de Percival y, luego del "Hola, ¿qué tal?", vuelve a su castillo de hojalata. Desfilan luego Jesús Verástegui y Pablo Rivasplata, quienes pasan a sentarse frente al pizarrón. Kôrogi El pelucas Torres, especialmente sombría, llega del brazo de Rita Reaño, especialmente risueña. Vemos que Verástegui susurra algo al oído de Rivasplata y sospechamos lo peor: algún problema con Bobadilla, el incordio aún no resuelto. Pero es que Rivasplata está pisando el pie de Verástegui, y su sensibilidad es harto conocida. "Nadie cree ya que El pelucas viva envuelta en sombras", piensa Yapatera, "sobre todo desde el asunto con Bobadilla", al tiempo que Reaño besa su mejilla derecha. Un beso limpio. Reaño se sienta a su lado, saca un cuaderno de su morral y escribe algo que no logramos leer desde aquí. El pelucas se despide, desciende algunos escalones y contempla el discurrir del nouveau duo. Verástegui percibe que alguien lo dibuja entre pupila y pupila y vuelve a susurrar al oído de Rivasplata. Lo cómico se inmiscuye en tanto que Yapatera se considera afortunado, lo que nos obliga a abandonar el frontispicio de su castillo.


Lastimosamente, faltan pocos segundos para que la cinta llegue a su fin. Son, no obstante, segundos decisivos: Kôrogi El pelucas Torres ha llegado al ámbito del flamante dúo dinámico y, qué creen, Rivasplata menciona a Bobadilla. La fórmula es sencilla mas efectiva. Verástegui se sonroja y Torres sonríe. Estos minutos nos han bastado para conocer los resortes de Yapatera y no nos es difícil adivinar su siguiente pensamiento: "Ojalá no llegue nunca el payaso de Bobadilla."


(Versión de la profana de La chica bombón, originalmente publicado en: http://monstruorumartifex.blogspot.com/2010/12/proposito-del-chico-bombon-o-del-guino.html)

sábado, 4 de diciembre de 2010

El terrorista y la chica bombón o entre la legalidad e ilegalidad

 VI

–¿De qué problemas legales hablas?  –Espetó María Claudia Sánchez.

–Del marido de Diana, pues.

–A ver, a ver, usted. No, usted, usté. Carambas. No estoy jugando. 

La risa fue uniforme, primero. Como siempre fueron El Boxeador y La Princesa los que comenzaron el horrísono concierto. Los siguieron títere Tundeque y alias Zara, el lustra botas. Aranías, graduado de la primera promoción de Arqueología de la Villarreal, recordó sus primeros días de estudiante, esos dolores de cabeza terribles  y las campanas… a Cristobal Campana.

–¿Qué? Pero si no es su marido… 

–¿Cómo es eso que a los jesuitas los expulsaron del Perú? –Preguntó, con un tono alicaído el profesor.

Pavoneado como siempre, Arturo Bobadilla elucubró sus pensares. Maquinó las verdades del arcano olvidado, elaboró, otra vez, el discurso que pronunciaría en Suecia y  se encomendó a San Hinostroza, canonizado contra natura,  porque no recordaba un carajo del su profesor del Salesiano.

–Naturalmente –dijo Bobadilla– por las reformas borbónicas. España tenía terror al Aufklärung, al conocimiento, que, pues, representaban los jesuitas en el país. Recuerde que San Ignacio…

–Sí, sí, pero quiero ejemplos. Ejemplos, hombre, ejemplos.

Recordó a su viejo amigo, el soviet que se fue a Gibraltar a probar el apocalipsis de una noche de verano a destajo. Quiso abrazarlo. Decirle que no se había quedado lelo desde hacía años, ¿tantos años, no, querido Khrushchev? Y caminar bajo la nada como aquel otoño cruel. Eran muchos los poemas rezados en silencio tras tu partida. ¿Y si te regalo El sueño del celta en ni bien sale? Y si…

–No ha leído, ¿cierto? –Preguntó con sonrisa maliciosa el profesor de Introducción a la Historia.

Matutino Ruiz esbozó una sonrisa. Después de todo, le dijo a El Tirador, venir a la Universidad no es tan aburrido como solía serlo, ¿no? Tampoco respondió.

–¿Pero qué pasa acá? Responde, joder.

–Tengo miedo. Ahora que has vuelto, podemos tener problemas… Puede censurarme la revista… puedo hasta ir a…

–Si sigues así jamás serás un buen escritor, Jesús. No debes tener miedo a nada. Tienes que contarlo todo, incluso si pierdes la amistad de varios… no seas como...

La chica bombón, que escuchó esto último, sonrió. Ya no necesitaba más. Echó un ojo a Empa, absorto como siempre con María Claudia. Extrañó las caminatas por Colmena, el centro histórico… Pero, el terrorista parecía sincero. ¿Había cambiado en tan poco tiempo acaso?

jueves, 2 de diciembre de 2010

El terrorista y la chica bombón

IV

–Me has copiado, cabrón. –Digo y, rápidamente, inquiero a Bobadilla–. 

La chica bombón se quedó perpleja. Vaya, Magallán, hasta que al fin se lo dijiste. Como siempre se te hacía así… 

Bobadilla quiso responder con algo retórico, abracadabrantemente intelectual. Yapítero paró la oreja, cuatro chicas de lingüística aspiraron sus quejidos y Diana Torres estiró los dedos de la mano derecha y todas sus yemas fueron al dedo pulgar, lo hacía constantemente.

–Cómo vas a ponerle Los perros de la vanidad, cabronazo. –Le atajé–. Los hijos de la vanidad lo escribí en Alaska, cuando me fui en la valija de La Loca d’Arte.

Alfredo Vargas Echenique protestó desde lo más hondo del salón. Ana Marina d’Arte me reclamó lo de “La Loca” y la chica bombón se levantó al fin:

–Y no solo has copiado un cuento de Empa sino un post y catorce poemas y un blasón desesperado míos. Ah… sí, y has modificados trece cuentos de mi autoría, sin mi permiso. 
 
Con su verborrea conocida y su seguridad desafiante, como de profesor de colegio estatal o en su defecto del Leoncio Prado, a Arturo Bobadilla no le quedó más que el cinismo:

–Pero, ¿de qué plagio hablas, buen Magallanes? He mejorado considerable el cuento. Ahora no solo está bien escrito sino que es sólido: Ya no hay Pedros Orésteguis ni Florentinos Urdanivias, ahora hay gente autorizada, muerta, que habla de la vida y de las drogas, hombre.

–¡Se apellida Magallán, no Magallanes! –Gritó María Claudia Sánchez desde los brazos de Carlo Sar.

–¿De qué solidez hablas, gentilhombre? –Irrumpió de pronto Matutino Ruiz con libro en mano–. No eres más que un solipsista.

Todos nos sorprendimos, hasta Arturo Bobadilla, su némesis. Hacía tiempo que no se le veía por la Universidad. Pensábamos que había caído preso…
Bobadilla y Ruiz, se parecían físicamente, algunos decían que eran hermanos, pero, imposible, hombre, Matutino aún no había caído a eso que alguna vez un blogger llamó el marasmo de la mímesis y la chica bombón se preguntó : ¿se acabó?

La chica bombón

I

Mi queridísima amiga María Claudia Sánchez me dice Empaminondas Magallán, hay una nueva pareja en el salón.

–Las hay varias, querida María. –le respondo.

La chica bombón pasa risueña por el pasillo de la facultad y le hace así con los ojitos a María Claudia y a mí ni me saluda, aún está fustigada por lo de la otredad, pienso. A los pocos metros corre sin parar Arturo Bobadilla, el mejor del género épico peruano, traductor de Aristófanes y Hesiodo al araucano. Diana, le grita, espérame, le implora.

–¿Los viste? –Me pregunta María Claudia– Paran así, de arriba para abajo: él implorándole amor, ella quemándole el clamor.

–¿Los chanchos vuelan, Claudia María?¿Cómo es eso de que el mejor amigo del cielo, Saturno Bobadilla, va estar tras Dianita Torres?

Es cuestión de edad me dice Sánchez, debe ser o claro le respondo, da igual. Putamadre y pensar que tú lo besabas meses atrás, mujer. Qué tonta fuiste y por quemarte las manos además. María Claudia, como era usual, no entendió.

Al poco rato, llega Empédocles Jesús, Ve doble El Tirador, desde el Británico de Miraflores. Me mira con una cara de sorna. Esboza una media sonrisa e intercambia guiños con María Claudia Sánchez y Carlo Sar.

–¿Y la saltimbanquería, monsieur? –Le pregunto–.

Estaba acompañado de Clotilde Espejos, miembro suplente de un colectivo villarrealino que se quedó con dos miembros. Dicen que el tercero se fue de pena. 

Y por fin Arturo alcanzó a la chica bombón. Ella reía sin parar, él trataba de callar. Me acerqué.
Ella frunció el ceño y Arturo se cagó de la risa (...)