lunes, 18 de octubre de 2010

De los cuerpos


Ah, cuerpos enchidos
cuerpos tendidos
cuerpos perdidos…

En la átona purpúrea,
ahora putrefacta,
contrafacta.

El más ladino: baladí
ah, Aldair, ¿crees que eso es suficiente?
¿Un tabazo?
¿Con un baldazo de agua tibia, calentita?

¡Ase el horizonte!
Sóplalo, ópalo
cuando retumbe en el suelo
la decadencia (pourriture noble)
…parce que vous êtes votre propre fatalité

y una mancha hiende de tus ropas
y se prende, no escapa
y pede…


Fue él… con el que inicióse
ah, cómo duele, sí
como suele ser
cuando entre los estertores de la beta
todo se torna más y más…

gris

crin

sin

p(h)in,

fix

dix

Ding

¡pazaguatas!

domingo, 10 de octubre de 2010

Afán sanmarquino

Y gritaremos: ¡Eso no es así! cuando Marcel, tan guapo él, diga algo.

–Don Marcel, somos de literatura, de San Marcos.

–Menos él -dijo Warton mientras su dedo se extiende hacia la negra figura de Mr. V.

–Es verdá. –dijo Mr. V mientras le mordía el dedo a Warton. Y un dedito cayó al piso.

Marcel, horrorizado, pensaba qué hizo mal mientras contempla la fina figura de María Emilia.

–Ay, ay, ay –gritaba doble V, El tirador–. ¡Me ha matado! ¡me ha matado hamletianamente! Dios, Señor, Cristo, madre, ¡padre!

Mr. V, mientras se limpiaba la boca con su magra manga y pasaba un pedazo de carne, le dice a Marcel:

–¡Óigame, señor mío…!

–Suyo no, de ella –y otra vez mira a María Emilia.

En eso hace su entrada triunfal Arturo vestido de supermán de cabina pública.

–Señor Pablo Verástegui –dice– vengo a cobrar venganza por todas las ofensas recibidas. ¡Póngase en guardia!

–Chicos, chicos, miren, tenemos que cerrar la sala. Si quieren jugar, pueden hacerlo en el parque –dice una joven con cara de malos amigos que procura fingir amabilidad.

–¡Warton, haz algo! –Grita María Emilia–.

–Yo puedo hacer mucho –le dice Marcelino con una sonrisa como de chico de animé–.

–Mire, don, creo que eso de meterme con su amante ya está saldado, oiga. Estoy eufórico, acabo de asesinar a un dedo de El Tirador, ¿quiere quedarse mocho también, ah, don?

Arturo miró a doble V, El Tirador, que estaba tirado en el suelo, lamentando tener 22 años, ser virgen y ahora, gracias a su amigo el lingüista: mocho.

–Magister Marcel…

–Doctor, mi señora.

–Magister Marcel, vea, ¿puede sacar a su amiguitos? Tenemos que cerrar el auditorio –dijo una señora con una solemnidad que parecía de jefa de circo.

–Niños, hora de despedirse –dijo Marcel–. Por cierto, no me dicho su nombre señorita –inquirió a María Emilia.

–Me llamo Pablo Verástegui, encantado de conocerlo, señor.

–Vamos a fuera, mi buen gentilhombre –bramó Arturo.

Con ese disfraz, este debe ser homosexual, pensó Marcel.

Una vez afuera, Marcelino hacía ademanes con la llave de su bolocho. María Emilia miraba con mucha fruición a Arturo. Marcelino aún creía que con un carro, las mujeres le lloverían.

lunes, 4 de octubre de 2010

El caso Arthur, el feto estrella


Parte I

El premio

Me he enterado de que don Arturo Ruiz, el miembro estrella de Los Fetos, ganó un concurso sanmarquino este abril pasado. A escasos 4 días después de mis dos décadas. Hombre, felicidades, pues, don, yo ni sabía. ¿Tan efímeros son los concursos de poesía? O, ¿es que yo soy un despistado trémulo? ¿Qué hace a alguien excepcional? ¿Sus estudios de la alta literatura, Marcel? ¿Sus prosas apotropaicas, Jesús? ¿La sicalipsis demencial reprimida en depresión de obsesión, Maruja? ¿O es que acaso cualquiera con tal de ser chévere y común o bien solo chévere, hombre, ya, también común, puede escribir tan finamente como Pessoa, verbigracia? Carlos Reyes apuntala, en un comentario en el desaparecido blog del CELIT de San Marcos, que hizo por aquel mes, el de abril, el mes más cruel –T.S. Eliot dixit– , el mes del natalicio de dos de los fetos y presuntamente también el de su benefactor, cuando aún Ruiz no se había perdido en los montes de las hienas villenas, que, pues, no es necesario estudiar literatura o filosofía para escribir poesía sino solo sentirla, sentir como poeta. O al menos, eso fue lo que dejó traslucir.

–Felicidades, Arturo, ganaste el concurso del CELIT, Ese puerto existe, con una chica.

Arturo frunció el seño, si bien la idea le resultaba común, cotidiana: ganar es cosa de todos los días cuando uno se sabe bueno. Ergo, ¿ganarlo, co-ganarlo, con alguien más que no sea uno mismo o sus demonios? Eso no. Eso era más bien molesto, insólito, no común.
La poesía es esencialmente difícil. Leerla, hombre, leerla es durísimo. ¡No se puede leer de un tirón un poema! Sería un absurdo. Borges, y Arturo lo sabe, decía que leer es mucho más complicado que escribir. Yo no adscribo a esa idea, salvo si lo que se lee es poesía. Escribir un cuento o una novela es harto más arduo que leerlos. Escribir es, pues, trabajo duro, industrial, menesteroso que merece cierto reconocimiento o más bien aceptación, como un premio, por ejemplo.

sábado, 2 de octubre de 2010

Perfidio primero


Los poetas no hacían más que besarse, mientras Vedoble los miraba tras el tornasol del árbol, cúpula de aves. Rodia, exclamó, sordo, casi sin voz. Era una revelación innoble la que caía en cuenta de cuentos pérfidos y baños multicolores, casi psicodélicos: azules. Medo hace rato que los había abandonado a su suerte, él siempre se va a así, sin avisar, a la francesa, dice. Trató de desviar sus pensamientos un rato. Imposible. Ya se hallaba perdido en ellos, como siempre. Ahora los poetas se movían, tenía que ser cauteloso, no quería ser visto, al menos no antes de tomar la foto. Medo se pondría furioso, lo sabía, y eso lo llenaba de un placer, de un goce tal que toda su existencia se encontraría justificada ¡al fin! con esa foto, con la reacción de Medo, con saber traidores, aquellos, los poetas perdidos de una generación bendita. Pero qué, dónde fueron, si acá estaban hace unos minutos, la voz se le entrecortaba, era observado por unas niñas divertidas, las sicalípticas miradas de su interlocutor las espantaron y el divertimento se fue por una indignación ígnea. ¡Carajo! Exclamó, solo, en medio de la nada.