lunes, 27 de diciembre de 2010

Del rictus poético

Decir que los poetas son esnobs no es desmerecer su poesía,
es reafirmarla con el rictus que nos confiere la vanidad y que algunos, los del Palais Concert, desentienden.

Decir que todo se sexualiza por los designios del judío de los divanes maravillosos, cómodos,
es ningunear el placer desde su concepción misma: la pequeña.

Decir que Abraham, ¿en un rictus poético?, designó a Patricia, que es el Perú, la suma de Eldorado podría causar consternación,
que es como se le conoce a la acción endeble de arsirse de la poesía.

Decir que nuestras crónicas, efímeras y tendenciosas, son tan innobles o afrentosas,
es malquerer nuestras dulces pretensiones inmortales y aguarrientosas.

Decir que sabemos que, inevitablemente, los poetas siempre hablarán de su poesía, la elogiarán y se endilgarán epítetos harto amables,
es caer en cuenta de la inutilidad de todo aquello que tratamos, poéticamente, de transcribir desde un sino indesligable.

martes, 7 de diciembre de 2010

A propósito del chico bombón o de Pierrot, el ausente (Segunda parte)

V

- Aló, Jesús.

Putamadre, rezongó Verástegui. Mamma Gonzales había empezado su exposición y toditos la seguían con los ojos y los dientes. Tenía bien disimulados sus cuarenta otoños (¿no eran cincuenta, Jesús?). Y el examen que se aproximaba reptando, y la prosa alicaída de la pruebita sobre el príncipe danés (pero tú nos demostraste que Hamlet era el bardo, Jesús, no te preocupes), aunque, claro está, Rivasplata está en otra.

- Sí, sí, dime... Uhm... Mejor llámame después porque Gonzales está hablando sobre Trilce. Cuídate.

Y cuelga. Fue algo desesperado, lo reconoce. En especial el último "Cuídate". No sonó muy bien. Faltó acentuar su innata empatía. Ahora se da cuenta de que El pelucas y Rivasplata han seguido sus últimas palabras. "He aquí la diferencia entre un sátiro esmirriado y uno antropófago", piensa súbitamente Verástegui. De pronto, Rivasplata le arrebata el celular.

- Bobadilla, Bobadilla, ¿dónde está mi merendilla?

El pelucas ríe espasmódicamente. Gonzales está furibunda. No duerme muy bien, ha vuelto a sus místicos españoles. El dictamen de Rivasplata es certero: "Para ser mujer y entrar en éxtasis, nada como una buena tripita". Aún sostiene el celular. Juega con él. Se le caerá, nosotros esperamos. El pelucas da cuenta del peligro que corren. "¿Qué peligro", se dice Verástegui, en afán solipsista, y se oye el murmullo de una lejana acusación.

- Señor Rivasplata, por favor, alcánceme ese celular. ¿Es que no logran imaginarse el esfuerzo que me supone articular la clase?

Rivasplata, compungido y envalentonado a un tiempo, se levanta, y el salón prorrumpe en sollozos y burlas. "¡La horca! ¡La horca!", grita Gabriel Vizcaíno. Alguien lo calla, felizmente. Las sabrosas (Jesús dixit) de Lingüística son quienes lloran. "Allá va el último hombre", se dice Silvana Ocampo.
- Señor Rivasplata, hable sobre la asunción de la muerte en Hamlet. Silencio, nimio y espectral. Bobadilla aún no aparece.

(Versión de la profana de La chica bombón, originalmente publicado en: http://monstruorumartifex.blogspot.com/2010/12/proposito-del-chico-bombon-o-de-pierrot.html)

A propósito del chico bombón o del guiño sonámbulo (Primera parte)

II

Iván Yapatera nos mira de lado y sonríe, pero solo por unos segundos. Finalmente pasa de largo, piensa en alguna contradicción in adjecto, entra al salón y se sienta en una de las últimas carpetas. Suponemos que la proclama anarquista que un estudiante de Lingüística dejó grabada sobre el tablero de aquella es la responsable de que Yapatera ría estrepitosamente. No hay nadie más en el salón. Observamos que ha aprendido a reír y lo felicitamos mentalmente puesto que el aprendizaje ha sido lento y pesaroso (ocho o nueve semanas de abstinencia sexual como mínimo).

Los ojos de Iván Yapatera, adormilados, nos sirven: el salón se llena lentamente, la luz que ingresa por los ventanales ilumina los rostros de los estudiantes, y tienta a Yapatera la idea de que el salón es un gran pulpo que traga inmisericordemente a sus víctimas. "No obstante, estoy salvado", piensa Yapatera, y ríe nuevamente, aunque con algo más de recato. Observa al bueno de Percival y, luego del "Hola, ¿qué tal?", vuelve a su castillo de hojalata. Desfilan luego Jesús Verástegui y Pablo Rivasplata, quienes pasan a sentarse frente al pizarrón. Kôrogi El pelucas Torres, especialmente sombría, llega del brazo de Rita Reaño, especialmente risueña. Vemos que Verástegui susurra algo al oído de Rivasplata y sospechamos lo peor: algún problema con Bobadilla, el incordio aún no resuelto. Pero es que Rivasplata está pisando el pie de Verástegui, y su sensibilidad es harto conocida. "Nadie cree ya que El pelucas viva envuelta en sombras", piensa Yapatera, "sobre todo desde el asunto con Bobadilla", al tiempo que Reaño besa su mejilla derecha. Un beso limpio. Reaño se sienta a su lado, saca un cuaderno de su morral y escribe algo que no logramos leer desde aquí. El pelucas se despide, desciende algunos escalones y contempla el discurrir del nouveau duo. Verástegui percibe que alguien lo dibuja entre pupila y pupila y vuelve a susurrar al oído de Rivasplata. Lo cómico se inmiscuye en tanto que Yapatera se considera afortunado, lo que nos obliga a abandonar el frontispicio de su castillo.


Lastimosamente, faltan pocos segundos para que la cinta llegue a su fin. Son, no obstante, segundos decisivos: Kôrogi El pelucas Torres ha llegado al ámbito del flamante dúo dinámico y, qué creen, Rivasplata menciona a Bobadilla. La fórmula es sencilla mas efectiva. Verástegui se sonroja y Torres sonríe. Estos minutos nos han bastado para conocer los resortes de Yapatera y no nos es difícil adivinar su siguiente pensamiento: "Ojalá no llegue nunca el payaso de Bobadilla."


(Versión de la profana de La chica bombón, originalmente publicado en: http://monstruorumartifex.blogspot.com/2010/12/proposito-del-chico-bombon-o-del-guino.html)

sábado, 4 de diciembre de 2010

El terrorista y la chica bombón o entre la legalidad e ilegalidad

 VI

–¿De qué problemas legales hablas?  –Espetó María Claudia Sánchez.

–Del marido de Diana, pues.

–A ver, a ver, usted. No, usted, usté. Carambas. No estoy jugando. 

La risa fue uniforme, primero. Como siempre fueron El Boxeador y La Princesa los que comenzaron el horrísono concierto. Los siguieron títere Tundeque y alias Zara, el lustra botas. Aranías, graduado de la primera promoción de Arqueología de la Villarreal, recordó sus primeros días de estudiante, esos dolores de cabeza terribles  y las campanas… a Cristobal Campana.

–¿Qué? Pero si no es su marido… 

–¿Cómo es eso que a los jesuitas los expulsaron del Perú? –Preguntó, con un tono alicaído el profesor.

Pavoneado como siempre, Arturo Bobadilla elucubró sus pensares. Maquinó las verdades del arcano olvidado, elaboró, otra vez, el discurso que pronunciaría en Suecia y  se encomendó a San Hinostroza, canonizado contra natura,  porque no recordaba un carajo del su profesor del Salesiano.

–Naturalmente –dijo Bobadilla– por las reformas borbónicas. España tenía terror al Aufklärung, al conocimiento, que, pues, representaban los jesuitas en el país. Recuerde que San Ignacio…

–Sí, sí, pero quiero ejemplos. Ejemplos, hombre, ejemplos.

Recordó a su viejo amigo, el soviet que se fue a Gibraltar a probar el apocalipsis de una noche de verano a destajo. Quiso abrazarlo. Decirle que no se había quedado lelo desde hacía años, ¿tantos años, no, querido Khrushchev? Y caminar bajo la nada como aquel otoño cruel. Eran muchos los poemas rezados en silencio tras tu partida. ¿Y si te regalo El sueño del celta en ni bien sale? Y si…

–No ha leído, ¿cierto? –Preguntó con sonrisa maliciosa el profesor de Introducción a la Historia.

Matutino Ruiz esbozó una sonrisa. Después de todo, le dijo a El Tirador, venir a la Universidad no es tan aburrido como solía serlo, ¿no? Tampoco respondió.

–¿Pero qué pasa acá? Responde, joder.

–Tengo miedo. Ahora que has vuelto, podemos tener problemas… Puede censurarme la revista… puedo hasta ir a…

–Si sigues así jamás serás un buen escritor, Jesús. No debes tener miedo a nada. Tienes que contarlo todo, incluso si pierdes la amistad de varios… no seas como...

La chica bombón, que escuchó esto último, sonrió. Ya no necesitaba más. Echó un ojo a Empa, absorto como siempre con María Claudia. Extrañó las caminatas por Colmena, el centro histórico… Pero, el terrorista parecía sincero. ¿Había cambiado en tan poco tiempo acaso?

jueves, 2 de diciembre de 2010

El terrorista y la chica bombón

IV

–Me has copiado, cabrón. –Digo y, rápidamente, inquiero a Bobadilla–. 

La chica bombón se quedó perpleja. Vaya, Magallán, hasta que al fin se lo dijiste. Como siempre se te hacía así… 

Bobadilla quiso responder con algo retórico, abracadabrantemente intelectual. Yapítero paró la oreja, cuatro chicas de lingüística aspiraron sus quejidos y Diana Torres estiró los dedos de la mano derecha y todas sus yemas fueron al dedo pulgar, lo hacía constantemente.

–Cómo vas a ponerle Los perros de la vanidad, cabronazo. –Le atajé–. Los hijos de la vanidad lo escribí en Alaska, cuando me fui en la valija de La Loca d’Arte.

Alfredo Vargas Echenique protestó desde lo más hondo del salón. Ana Marina d’Arte me reclamó lo de “La Loca” y la chica bombón se levantó al fin:

–Y no solo has copiado un cuento de Empa sino un post y catorce poemas y un blasón desesperado míos. Ah… sí, y has modificados trece cuentos de mi autoría, sin mi permiso. 
 
Con su verborrea conocida y su seguridad desafiante, como de profesor de colegio estatal o en su defecto del Leoncio Prado, a Arturo Bobadilla no le quedó más que el cinismo:

–Pero, ¿de qué plagio hablas, buen Magallanes? He mejorado considerable el cuento. Ahora no solo está bien escrito sino que es sólido: Ya no hay Pedros Orésteguis ni Florentinos Urdanivias, ahora hay gente autorizada, muerta, que habla de la vida y de las drogas, hombre.

–¡Se apellida Magallán, no Magallanes! –Gritó María Claudia Sánchez desde los brazos de Carlo Sar.

–¿De qué solidez hablas, gentilhombre? –Irrumpió de pronto Matutino Ruiz con libro en mano–. No eres más que un solipsista.

Todos nos sorprendimos, hasta Arturo Bobadilla, su némesis. Hacía tiempo que no se le veía por la Universidad. Pensábamos que había caído preso…
Bobadilla y Ruiz, se parecían físicamente, algunos decían que eran hermanos, pero, imposible, hombre, Matutino aún no había caído a eso que alguna vez un blogger llamó el marasmo de la mímesis y la chica bombón se preguntó : ¿se acabó?

La chica bombón

I

Mi queridísima amiga María Claudia Sánchez me dice Empaminondas Magallán, hay una nueva pareja en el salón.

–Las hay varias, querida María. –le respondo.

La chica bombón pasa risueña por el pasillo de la facultad y le hace así con los ojitos a María Claudia y a mí ni me saluda, aún está fustigada por lo de la otredad, pienso. A los pocos metros corre sin parar Arturo Bobadilla, el mejor del género épico peruano, traductor de Aristófanes y Hesiodo al araucano. Diana, le grita, espérame, le implora.

–¿Los viste? –Me pregunta María Claudia– Paran así, de arriba para abajo: él implorándole amor, ella quemándole el clamor.

–¿Los chanchos vuelan, Claudia María?¿Cómo es eso de que el mejor amigo del cielo, Saturno Bobadilla, va estar tras Dianita Torres?

Es cuestión de edad me dice Sánchez, debe ser o claro le respondo, da igual. Putamadre y pensar que tú lo besabas meses atrás, mujer. Qué tonta fuiste y por quemarte las manos además. María Claudia, como era usual, no entendió.

Al poco rato, llega Empédocles Jesús, Ve doble El Tirador, desde el Británico de Miraflores. Me mira con una cara de sorna. Esboza una media sonrisa e intercambia guiños con María Claudia Sánchez y Carlo Sar.

–¿Y la saltimbanquería, monsieur? –Le pregunto–.

Estaba acompañado de Clotilde Espejos, miembro suplente de un colectivo villarrealino que se quedó con dos miembros. Dicen que el tercero se fue de pena. 

Y por fin Arturo alcanzó a la chica bombón. Ella reía sin parar, él trataba de callar. Me acerqué.
Ella frunció el ceño y Arturo se cagó de la risa (...)

lunes, 29 de noviembre de 2010

Incoherencias: Amistad

Es una constante en mí o una maldición quizá, que siempre termino enemistado, peleado, liado, emperifollado de insultos y rejodido con mis amigos cercanísimos. Léase los íntimos o el también huachafísimo best friends.

Me ha pasado en la mayoría de colegios en los que he estado, que no han sido pocos; en la primera Universidad a la cual pertenecí; y, naturalmente, en la actual Universidad en la que estoy matriculado. ¿Es acaso más fuerte mi misantropía revestida de sorna recalcitrante la que corroe a mi instinto gregario y no lo deja fluir libremente?  ¿Es acaso la necesidad vitanda de destruir lo que mueve a que mis relaciones interpersonales tiendan siempre al fracaso? ¿O es que los egos perversos que en mí habitan tienden, en algún momento, a incompatibilizar con el otro y crean un campo de rechazo que no queda sino la mera destrucción?

Siempre he huido de la masa, las religiones, la música popular, la televisión, entre otras taras. He mirado desde un sesgo elitista a la otredad circundante. He odiado a destajo al otro que, perceptiblemente, es superior a mí. Nunca creí en el amor ni en la familia. Me ha molestado sobremanera la forma en la que se conducen muchos: la vulgar. Sin embargo, en un solipsismo colapsado, más bien destruido por diversos factores, caí. 

Caí, pues,  en el marasmo de la mímesis. Y una vez embarrado en el miasma que es el convivir o más bien el sobrevivir con la otredad por mímesis, me deformé. Yerro y yerro. El círculo eterno que envuelve capas y capas de heno, freno del equilibrio que debe existir en el humano deseo de saberse ¿querido? ¿Una aceptación vacía con otros que nada importan? ¿Un desentenderse siempre y, para colmo de la engañifa, desquererse para querer al otro? 

Hoy quiero pensar que no, que el problema no soy yo, mi ego, sino, sartreanamente, los otros.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Histérica


Histérica

La estentórea voz clama la salvación
por lo difícil que le resulta morir
por los dolores que le causa pensar
por lo inútil que es ya (mentir).


Y grita interminables salmos y blasfemias
Reclama al Señor y al dios de Israel.
Y el espejo le devuelve a Flavros
a Astaroth, a Malphas,
no a sí.

Maldice las facticias imágenes… ¿ha sido así de fútil todo esto? …que se ha ido construyendo
¿En los estertores, sin Adramelech ni Conselheiro, todo es infértil?
Intenta, por fin, despintar el rostro mil veces maniqueo

El espejo le devuelve a un Minos acabado
a un acuchillado retrato londinense
a un viejo tísico que quiere ser uno con la Negra Noche
y que imposibilitado
chilla,
pide,
reza,
maldice,
se redime,
se condena,
a él.

lunes, 18 de octubre de 2010

De los cuerpos


Ah, cuerpos enchidos
cuerpos tendidos
cuerpos perdidos…

En la átona purpúrea,
ahora putrefacta,
contrafacta.

El más ladino: baladí
ah, Aldair, ¿crees que eso es suficiente?
¿Un tabazo?
¿Con un baldazo de agua tibia, calentita?

¡Ase el horizonte!
Sóplalo, ópalo
cuando retumbe en el suelo
la decadencia (pourriture noble)
…parce que vous êtes votre propre fatalité

y una mancha hiende de tus ropas
y se prende, no escapa
y pede…


Fue él… con el que inicióse
ah, cómo duele, sí
como suele ser
cuando entre los estertores de la beta
todo se torna más y más…

gris

crin

sin

p(h)in,

fix

dix

Ding

¡pazaguatas!

domingo, 10 de octubre de 2010

Afán sanmarquino

Y gritaremos: ¡Eso no es así! cuando Marcel, tan guapo él, diga algo.

–Don Marcel, somos de literatura, de San Marcos.

–Menos él -dijo Warton mientras su dedo se extiende hacia la negra figura de Mr. V.

–Es verdá. –dijo Mr. V mientras le mordía el dedo a Warton. Y un dedito cayó al piso.

Marcel, horrorizado, pensaba qué hizo mal mientras contempla la fina figura de María Emilia.

–Ay, ay, ay –gritaba doble V, El tirador–. ¡Me ha matado! ¡me ha matado hamletianamente! Dios, Señor, Cristo, madre, ¡padre!

Mr. V, mientras se limpiaba la boca con su magra manga y pasaba un pedazo de carne, le dice a Marcel:

–¡Óigame, señor mío…!

–Suyo no, de ella –y otra vez mira a María Emilia.

En eso hace su entrada triunfal Arturo vestido de supermán de cabina pública.

–Señor Pablo Verástegui –dice– vengo a cobrar venganza por todas las ofensas recibidas. ¡Póngase en guardia!

–Chicos, chicos, miren, tenemos que cerrar la sala. Si quieren jugar, pueden hacerlo en el parque –dice una joven con cara de malos amigos que procura fingir amabilidad.

–¡Warton, haz algo! –Grita María Emilia–.

–Yo puedo hacer mucho –le dice Marcelino con una sonrisa como de chico de animé–.

–Mire, don, creo que eso de meterme con su amante ya está saldado, oiga. Estoy eufórico, acabo de asesinar a un dedo de El Tirador, ¿quiere quedarse mocho también, ah, don?

Arturo miró a doble V, El Tirador, que estaba tirado en el suelo, lamentando tener 22 años, ser virgen y ahora, gracias a su amigo el lingüista: mocho.

–Magister Marcel…

–Doctor, mi señora.

–Magister Marcel, vea, ¿puede sacar a su amiguitos? Tenemos que cerrar el auditorio –dijo una señora con una solemnidad que parecía de jefa de circo.

–Niños, hora de despedirse –dijo Marcel–. Por cierto, no me dicho su nombre señorita –inquirió a María Emilia.

–Me llamo Pablo Verástegui, encantado de conocerlo, señor.

–Vamos a fuera, mi buen gentilhombre –bramó Arturo.

Con ese disfraz, este debe ser homosexual, pensó Marcel.

Una vez afuera, Marcelino hacía ademanes con la llave de su bolocho. María Emilia miraba con mucha fruición a Arturo. Marcelino aún creía que con un carro, las mujeres le lloverían.

lunes, 4 de octubre de 2010

El caso Arthur, el feto estrella


Parte I

El premio

Me he enterado de que don Arturo Ruiz, el miembro estrella de Los Fetos, ganó un concurso sanmarquino este abril pasado. A escasos 4 días después de mis dos décadas. Hombre, felicidades, pues, don, yo ni sabía. ¿Tan efímeros son los concursos de poesía? O, ¿es que yo soy un despistado trémulo? ¿Qué hace a alguien excepcional? ¿Sus estudios de la alta literatura, Marcel? ¿Sus prosas apotropaicas, Jesús? ¿La sicalipsis demencial reprimida en depresión de obsesión, Maruja? ¿O es que acaso cualquiera con tal de ser chévere y común o bien solo chévere, hombre, ya, también común, puede escribir tan finamente como Pessoa, verbigracia? Carlos Reyes apuntala, en un comentario en el desaparecido blog del CELIT de San Marcos, que hizo por aquel mes, el de abril, el mes más cruel –T.S. Eliot dixit– , el mes del natalicio de dos de los fetos y presuntamente también el de su benefactor, cuando aún Ruiz no se había perdido en los montes de las hienas villenas, que, pues, no es necesario estudiar literatura o filosofía para escribir poesía sino solo sentirla, sentir como poeta. O al menos, eso fue lo que dejó traslucir.

–Felicidades, Arturo, ganaste el concurso del CELIT, Ese puerto existe, con una chica.

Arturo frunció el seño, si bien la idea le resultaba común, cotidiana: ganar es cosa de todos los días cuando uno se sabe bueno. Ergo, ¿ganarlo, co-ganarlo, con alguien más que no sea uno mismo o sus demonios? Eso no. Eso era más bien molesto, insólito, no común.
La poesía es esencialmente difícil. Leerla, hombre, leerla es durísimo. ¡No se puede leer de un tirón un poema! Sería un absurdo. Borges, y Arturo lo sabe, decía que leer es mucho más complicado que escribir. Yo no adscribo a esa idea, salvo si lo que se lee es poesía. Escribir un cuento o una novela es harto más arduo que leerlos. Escribir es, pues, trabajo duro, industrial, menesteroso que merece cierto reconocimiento o más bien aceptación, como un premio, por ejemplo.

sábado, 2 de octubre de 2010

Perfidio primero


Los poetas no hacían más que besarse, mientras Vedoble los miraba tras el tornasol del árbol, cúpula de aves. Rodia, exclamó, sordo, casi sin voz. Era una revelación innoble la que caía en cuenta de cuentos pérfidos y baños multicolores, casi psicodélicos: azules. Medo hace rato que los había abandonado a su suerte, él siempre se va a así, sin avisar, a la francesa, dice. Trató de desviar sus pensamientos un rato. Imposible. Ya se hallaba perdido en ellos, como siempre. Ahora los poetas se movían, tenía que ser cauteloso, no quería ser visto, al menos no antes de tomar la foto. Medo se pondría furioso, lo sabía, y eso lo llenaba de un placer, de un goce tal que toda su existencia se encontraría justificada ¡al fin! con esa foto, con la reacción de Medo, con saber traidores, aquellos, los poetas perdidos de una generación bendita. Pero qué, dónde fueron, si acá estaban hace unos minutos, la voz se le entrecortaba, era observado por unas niñas divertidas, las sicalípticas miradas de su interlocutor las espantaron y el divertimento se fue por una indignación ígnea. ¡Carajo! Exclamó, solo, en medio de la nada.