VI
–¿De qué problemas legales hablas? –Espetó María Claudia Sánchez.
–Del marido de Diana, pues.
–A ver, a ver, usted. No, usted, usté. Carambas. No estoy jugando.
La risa fue uniforme, primero. Como siempre fueron El Boxeador y La Princesa los que comenzaron el horrísono concierto. Los siguieron títere Tundeque y alias Zara, el lustra botas. Aranías, graduado de la primera promoción de Arqueología de la Villarreal, recordó sus primeros días de estudiante, esos dolores de cabeza terribles y las campanas… a Cristobal Campana.
–¿Qué? Pero si no es su marido…
–¿Cómo es eso que a los jesuitas los expulsaron del Perú? –Preguntó, con un tono alicaído el profesor.
Pavoneado como siempre, Arturo Bobadilla elucubró sus pensares. Maquinó las verdades del arcano olvidado, elaboró, otra vez, el discurso que pronunciaría en Suecia y se encomendó a San Hinostroza, canonizado contra natura, porque no recordaba un carajo del su profesor del Salesiano.
–Naturalmente –dijo Bobadilla– por las reformas borbónicas. España tenía terror al Aufklärung, al conocimiento, que, pues, representaban los jesuitas en el país. Recuerde que San Ignacio…
–Sí, sí, pero quiero ejemplos. Ejemplos, hombre, ejemplos.
Recordó a su viejo amigo, el soviet que se fue a Gibraltar a probar el apocalipsis de una noche de verano a destajo. Quiso abrazarlo. Decirle que no se había quedado lelo desde hacía años, ¿tantos años, no, querido Khrushchev? Y caminar bajo la nada como aquel otoño cruel. Eran muchos los poemas rezados en silencio tras tu partida. ¿Y si te regalo El sueño del celta en ni bien sale? Y si…
–No ha leído, ¿cierto? –Preguntó con sonrisa maliciosa el profesor de Introducción a la Historia.
Matutino Ruiz esbozó una sonrisa. Después de todo, le dijo a El Tirador, venir a la Universidad no es tan aburrido como solía serlo, ¿no? Tampoco respondió.
–¿Pero qué pasa acá? Responde, joder.
–Tengo miedo. Ahora que has vuelto, podemos tener problemas… Puede censurarme la revista… puedo hasta ir a…
–Si sigues así jamás serás un buen escritor, Jesús. No debes tener miedo a nada. Tienes que contarlo todo, incluso si pierdes la amistad de varios… no seas como...
La chica bombón, que escuchó esto último, sonrió. Ya no necesitaba más. Echó un ojo a Empa, absorto como siempre con María Claudia. Extrañó las caminatas por Colmena, el centro histórico… Pero, el terrorista parecía sincero. ¿Había cambiado en tan poco tiempo acaso?