lunes, 27 de diciembre de 2010

Del rictus poético

Decir que los poetas son esnobs no es desmerecer su poesía,
es reafirmarla con el rictus que nos confiere la vanidad y que algunos, los del Palais Concert, desentienden.

Decir que todo se sexualiza por los designios del judío de los divanes maravillosos, cómodos,
es ningunear el placer desde su concepción misma: la pequeña.

Decir que Abraham, ¿en un rictus poético?, designó a Patricia, que es el Perú, la suma de Eldorado podría causar consternación,
que es como se le conoce a la acción endeble de arsirse de la poesía.

Decir que nuestras crónicas, efímeras y tendenciosas, son tan innobles o afrentosas,
es malquerer nuestras dulces pretensiones inmortales y aguarrientosas.

Decir que sabemos que, inevitablemente, los poetas siempre hablarán de su poesía, la elogiarán y se endilgarán epítetos harto amables,
es caer en cuenta de la inutilidad de todo aquello que tratamos, poéticamente, de transcribir desde un sino indesligable.

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